PULGAR CASTRO, EDGARDO
Aquella fatídica mañana ninguno de los profesores congregados, que ya se agrupaban en dos bandos irreconciliables, logró advertir -cuando algunos llegaban a los puños, entre los gritos y el repicar de la lluvia-, el ruido de los bototos, que a toda carrera repicaban por la escala, ni el empujón a la puerta por la que ingresaron los uniformados con carabinas en ristre. Tampoco lograron intuir que, desde ese momento, sus vidas sufrirían un vuelco fatídico y cruel. Sólo Lenin Galdámez, presidente del Colegio de Profesores, quien recordaba lo padecido por su padre, décadas atrás, a raíz de la Ley de defensa de la democracia, fue el único en adivinar lo que vendría.