MARTINEZ, JOSE MIGUEL
Suena un teléfono. El detective Bernales, inmerso en la bruma de la morfina, se entrega a reconstruir la crónica de los acontecimientos. Lo imaginado y lo deseado, lo ocurrido y lo que pudo o debió haber ocurrido, la voluntad y la ataraxia, se dan cita en el monólogo de Bernales para dar cuenta de tres versiones de un mismo duelo, tres versiones del momento en que en cámara lenta desenfundó su Smith & Wesson y vio cómo una bala de un revólver Colt buscaba a toda velocidad incrustarse en su carne.
Suena un teléfono. Bernales contesta y vuelve a su pesadilla doméstica: la pila de platos sucios en la cocina; la silla de ruedas; la suciedad y el polvo; las jeringas vacías por doquier; las fotos de diversos crímenes dispuestas en el suelo, muebles y sillas, armando un gran rompecabezas ya tatuado en su piel. También vuelve a su realidad irrevocable: Franca, su esposa, lo ha abandonado con su hija y de ahora en adelante solo deberá vivir para fundirse en el Gordo Granola, el criminal al que persiguió sin éxito por años. El mismo Granola con el que, veinte años antes, fumaba amistosamente en la Plaza de Punitaqui mientras le contaba de las pesquisas por los crímenes recientemente ocurridos: El mismo Granola con el que también fumó otros cigarros minutos antes de enfrentarse con él y ver cómo de su revólver Colt una bala giraba y giraba a toda velocidad para incrustarse en su cuerpo y condenarlo a la silla de ruedas. Pero suena un teléfono.
En esta nueva novela José Miguel Martínez retoma donde los dejó en Tríptico de Granola, su anterior obra, al Gordo Granola y al detective Bernales. Entre lo sucedido, lo onírico, lo imaginado, lo deseado, lo reconstruido, Martínez muestra una solvencia escritural que está a la altura de la ambición de este arco narrativo que va y viene de los distintos posibles presentes a los distintos posibles pasados, arco teñido de un lenguaje poético que encierra una profunda compasión.