RUIZ, RAUL
Les doy más y más vueltas a los presupuestos que subyacen a un diario como éste. Hay que decirse que alguien lo va a leer. Hay que afirmar que no será lo suficientemente importante como para justificar la curiosidad de ese alguien. Pero hay otra cosa: está la magia de los hechos que tuvieron lugar, magia en el hecho de que la huella que dejaron en un diario es uniforme. Fascinación de esa casi inexistencia hecha trizas por la omnipresencia de la cronología. Otra cosa es volver sobre el diario, releerlo y resistir la tentación de corregirlo, de eliminar hechos dichos, cosas y el vicioso placer de saberse capaz de asesinar avatares desdibujados. Estas burbujas nomádicas.
Así describe el cineasta Raúl Ruiz este colosal diario de artista, comenzado a fines de 1993, cuando tenía 52 años, e interrumpido sólo un mes antes de su muerte, ocurrida en agosto de 2011. Mezcla de bitácora, cuaderno íntimo y experimento literario, nos enteramos aquí del proceso de ideación y realización de sus últimos filmes, de sus principales intereses teóricos y cinematográficos, de sus obsesivas preferencias librescas, musicales y hasta gastronómicas, pero también de su preocupación por el curso del mundo, de Chile y de su propia salud, quebrada en parte por el devenir múltiple y agitado de su vida cotidiana, en la que convergían con igual intensidad el trabajo creativo, los viajes, los éxitos y fracasos, el estudio y la conversación sin tregua con una interminable lista de amigos.
Testimonio de una creatividad, una inteligencia y una honestidad intelectual a toda prueba, el diario de Ruiz, como dice Bruno Cuneo en el prólogo al compararlo con otras piezas del género, prescinde de los aspavientos de una cabeza pagada de sí misma y de las confesiones punzantes acerca de las propias miserias o las de otros, privilegiando la inscripción en la escritura de un sujeto vulnerable, que siente vivamente el gozo, pero también el temblor de crear, sin el cual una obra no es humana ni tampoco sobrevive.