HEARN, LAFCADIO
Lafcadio Hearn (Léucade, 1850-Tokio, 1904) llegó a Japón en una época en la que Occidente sentía fascinación por aquellas lejanas regiones del mundo en donde la enciclopedia y el racionalismo aun no habían hecho mella; ese Japón de las tradiciones -como señala Sardegna en el estudio preliminar-, que recién comenzaba a industrializarse, en el que los periódicos occidentales competían por acercar a sus lectores las crónicas de sus corresponsales.
Al igual que Richard Wilhelm en China y Walter Evans-Wentz en Tibet, Lafcadio Hearn se encontró con el budismo, ese universo espiritual expandido por todo el Oriente como un telón de fondo, que cambiaría el sentido y el rumbo de su vida.
Su obra hubiera sido asimilada dentro de la vasta literatura de cronistas, a no ser porque, en esencia, no era la crónica lo que le interesaba sino ese misterio que subyace debajo de lo que nosotros, los occidentales, denominamos cultura. Esa habilidad de percibir lo no evidente -algo tan propio del pensamiento budista-, le permitió ver las manos y el alma del Lejano Oriente tal como, atinadamente, lo advierte el subtítulo del a obra.